Sorprende que Rajoy, poco adepto a los cambios, y siempre fiel hasta ahora a ocupar sus vacaciones full time en Sanxenxo, haya decidido pasar los últimos días de asueto agosteño en uno de los entornos naturales más privilegiados de Europa, amenazado la semana pasada por las 426 hectáreas quemadas en el paraje de La Dehesilla. Mientras, su ministro de Medio Ambiente, Miguel Arias-Cañete, prefería pasar una tarde de toros. La fiesta nacional.
El presidente sevillano fue el más marismillo de los monclovitas. González lo convirtió en su cortijo. Ya fuera en verano, Semana Santa o Navidad era raro que no se escapara a las Marismillas. Invitó a Mitterrand, Kohl o Gorbachov. Ahora ya no quiere saber nada de su responsabilidad como presidente del consejo rector de Doñana: sólo ha acudido a dos de las cinco reuniones del consejo. José Antonio Griñán le sigue manteniendo en el cargo.
Aznar no veraneó en Doñana, pero sí invitó a líderes internacionales. El Viernes Santo de 1998 recibió al premier británico Tony Blair. Blair llegó a Las Marismillas tras la firma de los Acuerdos de Stormont, que suponían el fin del IRA. Era la versión edulcorada de un Aznar sin mayoría absoluta, aquel presidente que negociaba pactos con los nacionalistas vascos y catalanes. También de un Blair que se asemejaba en carisma al candidato Obama de 2008.
Rajoy quiere aprovechar las Marismillas no vaya a ser que intenten quitarle del asiento algún Mario: un tecnócrata tipo Mario Monti, o la opción Mario Conde, y le deje sin disfrutar a cargo de todos los españoles de las maravillas de Doñana. El presidente empezó sus vacaciones con un gesto como mínimo soberbio: “Y al que pueda… Feliz Verano”. Parece que ya tiene descontado el rescate total y ni primas, ni Ibex-35, ni gaitas de su tierra. Ahora, a descansar entre linces y patos, a fumarse un puro cubano mientras ve el principio de la Liga de su Real Madrid y masca la edición preotoñal del inevitable Síndrome de la Moncloa.
Lo cuento en El Confidencial.
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