Hay equipos diseñados para la gloria. Hay equipos que confían
tanto en su instinto, en su talento, que se crecen en territorio hostil.
Uno de esos equipos es de la periferia europea. Del sur del Sur. Se
llama Málaga y ha conseguido hacer soñar a una afición
acostumbrada a demasiados sinsabores. Desde este 9 abril eso ya es
historia. A pesar de perder (3-2) ante el Borussia de Dortmund en un final tan agónico como injusto, el Málaga se despide de la Champions tras demostrar que es uno de los grandes.
Nadie a principio del partido pensaba que el Málaga mostraría ese carácter, esa raza, la de los mejores, pero el destino era para el Borussia Dortmund, un equipo muy compacto, peligrosísimo, que demostró por qué en el fútbol jamás hay que pensar que el partido ha terminado, aunque queden cuatro minutos para el final y el enemigo tenga que meter dos goles.
Eso fue lo que pasó. Dos goles en el tiempo de descuento, cuando el Málaga había jugado un partido memorable, para enmarcar, con un planteamiento perfecto de Manuel Pellegrini. El Málaga jugó un partido serio, sereno, tranquilo, creó peligro y, sobre todo, había conseguido lo más difícil: jugar con descaro a un equipo tan solvente como el Dortmund, que no quería bajo ningún concepto cometer fallos. Prefería dejarle espacio a los malagueños antes que arriesgarse en un juego loco.
El guion del partido no dejaba espacio para florituras, parecía como si el equipo alemán quisiera llegar de modo directo a la prórroga y arriesgarse con los penaltis. Pero eso fue sólo al principio. El Borussia acrecentó la velocidad del partido. Necesitaba más energía y la consiguió con pases a las bandas. De nada sirvió. La defensa del Málaga se mostraba muy segura, con el mariscal Demichelis ejerciendo de comandante en jefe de la retaguardia.
El campo muy rápido, con la hierba corta, estaba sólo para abonados a la técnica más depurada. El gol llegó en el minuto 24. Fue un gran tanto de Joaquín, con pase de Baptista e Isco. Poco duró ese resultado. En el minuto 39 marcó Lewandonski. Todavía Joaquín pudo marcar en el minuto 45. Y llegó el descanso.
Buenas sensaciones
La segunda parte empezó de una manera inmejorable para el Málaga, con un cabezazo de Joaquín a pase de Demichelis que provocó una parada espectacular del portero alemán, que de todas formas ofreció demasiadas muestras de inseguridad en los balones aéreos, sobre todo en las faltas y en los saques de esquina.
El orden entre las líneas era imprescindible para el éxito en la eliminatoria. La tripleta de Camacho-Toulalan-Duda reinaba en el centro de campo, una de las claves del excelente partido del Málaga. Y Caballero (increíble que no sea el portero titular de la selección de Argentina) ofreció dos paradas excepcionales. Duda, cansado, se retiró y dejó el puesto a Eliseu. La llegada de este fue providencial. Una jugada maravillosa de Isco, con pase en profundidad a Baptista y Eliseu, solo, delante de la portería, marcó.
El Málaga no supo gestionar el tiempo de descuento. Un gol del Borussia. Y otro, con cuatro jugadores en fuera de juego, permitió desmontar en apenas cuatro minutos el sueño alcanzable. Aunque se pierda, la gloria de los orgullosos, derrotados, llegó a este Málaga histórico de la Champions.
El enlace de la crónica.
Nadie a principio del partido pensaba que el Málaga mostraría ese carácter, esa raza, la de los mejores, pero el destino era para el Borussia Dortmund, un equipo muy compacto, peligrosísimo, que demostró por qué en el fútbol jamás hay que pensar que el partido ha terminado, aunque queden cuatro minutos para el final y el enemigo tenga que meter dos goles.
Eso fue lo que pasó. Dos goles en el tiempo de descuento, cuando el Málaga había jugado un partido memorable, para enmarcar, con un planteamiento perfecto de Manuel Pellegrini. El Málaga jugó un partido serio, sereno, tranquilo, creó peligro y, sobre todo, había conseguido lo más difícil: jugar con descaro a un equipo tan solvente como el Dortmund, que no quería bajo ningún concepto cometer fallos. Prefería dejarle espacio a los malagueños antes que arriesgarse en un juego loco.
El guion del partido no dejaba espacio para florituras, parecía como si el equipo alemán quisiera llegar de modo directo a la prórroga y arriesgarse con los penaltis. Pero eso fue sólo al principio. El Borussia acrecentó la velocidad del partido. Necesitaba más energía y la consiguió con pases a las bandas. De nada sirvió. La defensa del Málaga se mostraba muy segura, con el mariscal Demichelis ejerciendo de comandante en jefe de la retaguardia.
El campo muy rápido, con la hierba corta, estaba sólo para abonados a la técnica más depurada. El gol llegó en el minuto 24. Fue un gran tanto de Joaquín, con pase de Baptista e Isco. Poco duró ese resultado. En el minuto 39 marcó Lewandonski. Todavía Joaquín pudo marcar en el minuto 45. Y llegó el descanso.
Buenas sensaciones
La segunda parte empezó de una manera inmejorable para el Málaga, con un cabezazo de Joaquín a pase de Demichelis que provocó una parada espectacular del portero alemán, que de todas formas ofreció demasiadas muestras de inseguridad en los balones aéreos, sobre todo en las faltas y en los saques de esquina.
El orden entre las líneas era imprescindible para el éxito en la eliminatoria. La tripleta de Camacho-Toulalan-Duda reinaba en el centro de campo, una de las claves del excelente partido del Málaga. Y Caballero (increíble que no sea el portero titular de la selección de Argentina) ofreció dos paradas excepcionales. Duda, cansado, se retiró y dejó el puesto a Eliseu. La llegada de este fue providencial. Una jugada maravillosa de Isco, con pase en profundidad a Baptista y Eliseu, solo, delante de la portería, marcó.
El Málaga no supo gestionar el tiempo de descuento. Un gol del Borussia. Y otro, con cuatro jugadores en fuera de juego, permitió desmontar en apenas cuatro minutos el sueño alcanzable. Aunque se pierda, la gloria de los orgullosos, derrotados, llegó a este Málaga histórico de la Champions.
El enlace de la crónica.
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