
FOTO: Playa de Es Trenc (Mallorca).
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Lo vi sólo una vez, en el bar del hotel Maestranza tras la presentación del poemario de Juvenal. No me presenté. Jamás crucé una palabra con Paco Peñalosa, pero leía con expectación sus agudos artículos en Málaga Hoy, que afortunadamente se recuperarán en un libro.
Fui al Cementerio, antes de la misa, a abrazar a algunos de sus mejores amigos. Allí estaban, todos reunidos, como cuando se reúnen los jueves por la tarde. Teo y Alcántara acababan de irse.
Por lo que realmente escribo este post es por el trabajo de Peñalosa. Se lo dije ayer a Salvador Moreno Peralta: el AquaPark de Torremolinos, el América Multicines y el cine Echegaray forman parte de mi íntima memoria sentimental. Y los tres proyectos fueron ideados por él.
En el Echegaray, cuya rehabilitación capitaneaba, vi una película adolescente con la primera chica que me gustó, nerviosísimo, ante mi inmediata declaración de amor en una heladería ya extinta de calle Larios.
Vi muchas películas en los fallecidos América Multicines, los primeros cines a los que mis padres me dejaron ir solo. Allí vi los últimos Supermanes, alguna de Almodóvar y otras películas en lo que lo importante no era lo que íbamos a ver, sino con quién iba. Y el preludio de una salida nocturna de sábado por Pedregalejo.
Y el AquaPark de Torremolinos, tirándote por los rápidos, toboganes y flotadores gigantes. Y el inabordable kamikaze. Veranos imborrables de principios de la adolescencia.
Peñalosa, sin yo saberlo, me hizo feliz. Es la grandeza de la buena arquitectura, que no sea sólo un mero artificio, un continente resultón, sino un escenario que los ciudadanos podamos disfrutar con los amigos, chapotear en verano y enamorarte en un cine del centro, aquel jueves de agosto de la segunda mitad de los ochenta...
Gracias, Paco, por haber proyectado en tu estudio de La Malagueta tres de los lugares con instantes más felices de mi adolescencia.