Aquel sábado de septiembre, Susana Díaz prometió en su discurso un “nuevo tiempo” –su expresión fetiche–, centrado en la lucha implacable contra la corrupción. Delante de los cuatro expresidentes de la Junta de Andalucía, Díaz juró su cargo como jefa del Gobierno andaluz en medio de una euforia incontenida. Cien días después, el resultado es este: ni una sola ley en vigor, más escándalos –con las facturas de la UGT como protagonistas estelares– y con un desempleo desbocado: 1,4 millones de parados.
La presidenta de la Junta de Andalucía ha estado mucho más preocupada en el poder orgánico –donde se mueve con gran soltura– que en el institucional. Díaz ha centrado su estrategia en consolidar su posición dentro del PSOE, huérfano de referentes, donde la han visto como la lideresa del futuro, pero ya con una fuerte presencia mediática que la catapulta a la primera línea de la política nacional.
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