miércoles, 26 de diciembre de 2007

Un día de EL MUNDO

A partir de ahora, una vez a la semana, publicaré un artículo homenaje a Umbral en la columna de la derecha del blog, pero no incluiré el texto completo. Sólo un link. Los muy umbralianos pueden estar tranquilos: habrá al menos diez columnas más de Umbral sobre periodismo, periódicos y periodistas. El siguiente artículo, de marzo de 2004, es el último de 2007 de esta antología que publico en el blog.

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Un día de EL MUNDO

FRANCISCO UMBRAL

EL MUNDO; 29-3-2004

Víctor Olmos acaba de hacer con acierto y buen temple Un día en la vida de EL MUNDO. Se trataba de hacer el reportaje de la fábrica de los reportajes. No es la primera vez que se juega este juego, y más en el cine que en el libro. No hay por qué recordar títulos. Olmos inicia su aventura a las siete de la mañana captando un hilo directo con Moscú. Luego se interna en el famoso patio de columnas y ya por la tarde lo encontramos en el reino plácido y pensante de la cultura y la poesía. La tercera parte de esta andadura es la noche, naturalmente, con sus horas charoladas y febriles de ocho a doce, la llamada del cartero, la mirada crítica, el primer aviso de cierre, como un calambrazo de urgencia, y finalmente la edición nacional, que es como la local pero vestida de luces. Un recorrido apasionante por sí mismo y porque EL MUNDO viene siendo un enigma periodístico para los españoles.

Este libro me ha dado a mí la idea de contar uno de los primeros días del periódico naciente con andrajos melancólicos de todos los otros días. Estábamos en una calle triste, cercana a la actual, pero pasar de una a otra fue como un cambio de clase social. Los redactores escribían mejor y las redactoras estaban más guapas, y perdón por el toque de machismo. Pedro llegaba temprano, venía de una radio y aún traía abierta la llave de la conversación, de modo que lo coloquiaba todo y ponía a la gente al día, más o menos, de lo que iba a ser el periódico del día siguiente, o sea el que empezábamos a hacer. Pedro se quedaba en tirantes anchos y era como si de director tuviéramos un astronauta. Manuel Hidalgo, director adjunto y todo, se engaritaba en una cabina oscura y vertical donde sólo cabía él. Era la mínima expresión del periodismo, y al tiempo la máxima. Luego, como director del Magazine, que él situaría en la línea periodística de Rolling Stones, tuvo ya un despacho a modo donde nos podía recibir, y no en mitad del pasillo.

A mí me recogía la columna un motorista, pero yo iba mucho al periódico, oliendo también a motorista, mayormente a otro despacho aparente, el de Cultura, que era el de Elvira Huelves, y que olía a ginebra y Emma Rodríguez. Emma, muy seriecita, no se ha movido nunca de Cultura. Es como la Virgen vigilante y trabajadora en su culto a lo que escribimos los demás. No perdía un minuto ni para darte los buenos días. A mí por lo menos. Había redactores que eran de mucho subir y bajar las escaleras y los ascensores, y otros que no abandonaban su sitio, por miedo a que se lo quitasen, pues fue un tiempo inicial de mucho jaleo de sillas. Los miércoles teníamos una tertulia literaria chez Elvira de donde saldría el suplemento de los domingos. Los más asiduos éramos Luis Antonio de Villena y yo, pero luego salía una cosa totalmente distinta a la programada, porque Pedro J. había encontrado un tema culto y más comercial.

En aquellos primeros años de aquella calle triste parece que el proyecto político era llevar a La Moncloa a Aznar. La redacción tenía una idea y la dirección otra, pero el periódico salía. Aznar ganó hace ocho años y en Pradillo ha crecido un árbol agresivo, liberal, soleado y con fruto. Manu llama sin cesar para pedir más madera.

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